
Por arte de magia, me encontré caminando de nuevo por ese parque. Mis ojos se abrieron de par en par. Me quité los auriculares de las orejas y, sin salir aún de mi asombro, empecé a andar por el parque. El silencio inundaba la escena. No se escuchaba nada. Tan sólo el aire y el caminar de mis pies por las hojas secas. Al fondo pude ver una figura casi imperceptible. Poco a poco me fui acercando, intentando descubrir qué o quién era esa figura. Al llegar, pude ver que era un niño pequeño. Él se dió la vuelta y se me quedó mirando callado. Sin asustarse. Los dos nos miramos. Reconociéndonos. Ese niño era yo con 5 años. Yo mismo, 19 años atrás. Sin decir nada, me tomó de la mano y me llevó hasta un banco donde me senté. Él hizo lo mismo, pero en el suelo, donde se puso a jugar con una pelotita.
- Hola -me dijo tímidamente.
- ¿Có... cómo estás? -le pregunté. Se hizo una pausa. No respondió. Siguió jugando con la pelotita- ¿Sabes quién soy?
- Sí, claro -respondió con seguridad. Sentí que ese momento no sería para siempre y que tenía que aprovecharlo. Me sentí responsable de muchas de las cosas que le pasarían a ese niño. Así que le dije:
- Quiero que recuerdes bien algunas de las cosas que voy a decirte... ¿Sabes qué? Dentro de poco te pelearás con un chico de tu clase a la salida del cole. No lo hagas, porque te harás mucho daño y todos se reirán de tí. Y... con 14 años te dejarán una moto para que la cojas. Tampoco lo hagas, porque te caerás y te harás mucho daño. ¿Entiendes?
- Sí... -me respondió el Jose pequeño sin mirarme.
- Y algo importante -proseguí- cuando tengas 20 años tu papá se va a poner muy enfermo y se irá al cielo. Quiero que seas fuerte y que apoyes mucho a tu mamá, que se pondrá muy triste y necesitará de tu cariño. No la dejes sola.
- Vale -me dijo sin mirarme aún. Sentía que ese momento se iba a acabar pronto. Por eso seguí.
- ¡Ah! y después de todo aquello te pelearás con tu hermano. Quiero que te calmes y que no le grites. Él te quiere mucho e intenta protegerte. Y respecto al amor... -continué- Harás y te harán llorar. Intenta hacer las cosas pensándolo bien. No te des tanto al principio con las chicas, que te harán daño. Procura que no te lo hagan Jose... -entonces, el Jose pequeño dejó la pelotita, se levantó y me miró fijamente. Tras unos segundos en silencio, me dijo:
- ¿Te gusta ser como eres?
- Sí... -respondí tras reflexionar- Sí me gusta... -entonces, el Jose pequeño me sonrió. Ahí comprendí. Con los ojos llorosos le dije:- Ven, siéntate en mis rodillas. Entonces... ¿Te gustaría ser como yo?
- Sí -respondió con una sonrisa. La sonrisa inocente, noble y maravillosa de un niño de 5 años. Nos quedamos unos segundos observándonos, mientras yo le acariciaba la cabecita. Entonces, le dije:
- ¿Sabes qué? Yo también quiero que seas como yo. Las cosas buenas y malas que te pasarán en la vida, harán que crezcas como persona y te harán más fuerte. De todo eso aprenderás. Así que olvida todo lo que te he dicho antes, ¿vale?
- No te escuché -me dijo- Estaba jugando con la pelotita.
Nos miramos sabiendo que llegaba el momento de la despedida. Se levantó y me dió un abrazo muy fuerte. Sobraban las palabras. Ninguno de los dos decía nada. Me sonrió, y se alejó corriendo hasta perderse por el fondo del parque. Yo, secándome las lágrimas de mis ojos, empecé a caminar de regreso a casa. Me di la vuelta y le grité:
- ¡¡Cree en tí Jose!!
Ojalá lo haya escuchado... Estoy seguro que sí.