lunes, 31 de agosto de 2009

Cádiz... única e irrepetible

Para todo aquél que no lo sepa, yo soy de Cádiz. Ciudad milenaria e histórica, Cádiz es una ciudad preciosa. Está mal que lo diga yo que soy de aquí. Pero lo es. Muchos piensan que en Cádiz sólo hay paraos y flojos. Que estamos todo el día en chanclas y cantando chirigotas. Pero va mucho más allá. Cádiz tiene algo que todo aquél que viene y lo descubre por primera vez... repite. Será por algo.

En mis inicios con este blog puse un artículo dedicado a mi Cádiz. Y es que me gustaría que todos supieran qué es Cádiz y qué se cuece por aquí. El gran escritor Arturo Pérez Reverte escribió un artículo sobre Cádiz y la particular forma de ser que tenemos por aquí. El artículo se llama "Atraco en Cádiz" y dice así:

"Cádiz. Última hora de la tarde. Calle casi desierta, a excepción de David, hijo de mi amigo el artista gaditano, especialista en reconstrucción de uniformes históricos, Miguel Ángel Díaz Galeote. David, que tiene catorce años, acaba de salir del colegio y espera sentado en la parada el autobús que lo lleve a casa. Pasa algún coche de vez en cuando. Al rato, atento a la llegada del transporte, ve acercarse una bicicleta desde el extremo de la calle. Sin prestarle atención, sigue hojeando los apuntes que tiene sobre las rodillas, porque dentro de tres días hay examen y lo lleva crudo. Mientras tanto, despacio, la bici llega hasta él. David levanta la vista y comprueba que se ha detenido y que, apoyado en el manillar, lo observa un chico un par de años mayor que él. Uno de esos pishas gaditanos de toda la vida: moreno, escurrido de carnes, pantalones de chándal y camiseta del Cai. El recién llegado lo mira muy fijo. Tiene el aire clásico de los zagales duros de allí. Así que David, pese a ser un crío tranquilo, se mosquea un poco.
–Dame er dinero, quiyo –dice el de la bicicleta.


Los pocos coches que pasan no se percatan
de la situación; y aunque así fuera, que se detuvieran es otra cosa. David, que no tiene un pelo de cobarde, tampoco lo tiene de chuleta, ni de tonto. Sabe que allí solo, frente a uno de dieciséis años, va listo. Indefenso total. Así que lo mira a los ojos, procurando no mostrar más preocupación que la justa. –Sólo llevo un euro –responde–. Para el autobús. Habla con la calma de quien dice la verdad. El otro lo mira de arriba abajo, despectivo, apoyado en el manillar. Por un momento, David piensa en el reloj que lleva en la muñeca, regalo de sus padres. Espero que no le dé por quitármelo, se dice. Pero al otro sólo le interesa el metálico.
–Vacíate los borsiyos.


Resignado a lo inevitable, David obedece.
Deja los apuntes en el suelo y se levanta. Su único capital, el solitario y patético euro, reluce en la palma de su mano. Sin dejar la bici, el otro se apodera del botín. Luego se aleja pedaleando tranquilamente, haciendo eses por la calzada. David suspira, coge sus apuntes y echa a andar por la acera, en la misma dirección por la que se aleja el precoz chorizo que acaba de arrebatarle su capital. Media hora hasta casa, calcula. Algo menos si camina deprisa. A trechos se sorbe un poco la nariz. No está avergonzado –es un chaval sereno y sabe que la vida es así–, pero siente picado el orgullo. Si el otro hubiera tenido su edad, el euro habría tenido que quitárselo a golpes, si se atrevía. Pero las cosas son lo que son. Así que aprieta el paso, inquieto porque llegará tarde a cenar y su madre estará preocupada.
–¿Aónde vas, quiyo?


El joven atracador, que al volverse a mirar
atrás lo ha visto caminar, acaba de describir una curva con la bicicleta y ahora pedalea a su altura, mirándolo con curiosidad. Sin aflojar el paso, ceñudo, David responde.
–¿Dónde voy a ir? A mi casa.

–¿Andando?

–Me has quitado el euro.


El otro se queda pensando.
Luego le pregunta dónde vive, y David se lo dice. En la calle tal, número cual. Durante un trecho, el pisha sigue pedaleando a su lado, el aire reflexivo, mirándolo de reojo. De pronto frena.
–Sube, quiyo. Que te yevo.

–¿Qué?

–Que subas, oé.


Y entonces, David, con la naturalidad
de sus benditos catorce años, se instala en el único asiento de la bici y se agarra a los hombros del choricillo, que, de pie sobre los pedales, sin sentarse, lo lleva tranquilamente por la avenida, durante diez o doce minutos, hasta la puerta misma de su casa.
–Gracias –dice al bajarse.

–De nada, quiyo.

Y el joven atracador se aleja muy digno, pedaleando. Dicho en una palabra: Cádiz.
"


La semana pasada hice algo que llevaba un año pendiente en mi agenda. Irme al puente canal y hacerme fotos al atardecer. Si desde aquí me lee alguien que ha contemplado un atardecer desde aquí sabrá lo que digo. Es algo maravilloso. En pocos sitios se puede ver un atardecer así. Y lo dice alguien que ha visto atardeceres en sitios famosos como el Café del Mar de Ibiza, en Roma, la Costa malagueña, el puerto de Barcelona... pero éste es único. Cai se bebe el Sol... como dice la canción de la Niña Pastori.

Yo con la Caleta y el Balneario de la Palma al fondo

Atardecer en la Caleta con el Castillo al fondo

Y para finalizar, me gustaría poner un video de Cádiz. Al comienzo del video se ven las imágenes del lugar donde se ve esos atardeceres tan bonitos. La música es de Niña Pastori y Alejandro Sanz, Cai. A mi el video me pone los vellos de punta y me emociona muchísimo. Lagrimones como puños de Gasol caen por mis mejillas. Gracias a quien sea por hacer de Cádiz el lugar donde nací y por vivir en un sitio que si no es el paraíso... se le acerca muchísimo.



4 comentarios: